Boda de Carmen y Ángel

Con una copa de vino en la mano comienza Jesús la proclamación del Evangelio en su vida pública.

Con su presencia, bendice  a los contrayentes y comienza a instituir el sacramento del matrimonio. El vino que les regala es símbolo de la fuente de gracias y bendiciones que el Señor derrama a través del sacramento sobre los esposos.

Jesús, que comienza así su vida pública, explicará más tarde la verdad sobre el matrimonio y la familia. Afirmará ante sus discípulos que “el hombre dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne: lo que Dios ha unido no debe ser separado por el hombre” y concluirá afirmando que, desde el principio, desde la Creación, el amor humano es así.

Vuestra boda es un momento singular para contemplar la grandeza del proyecto divino para la criatura humana. Dios, que es Amor infinito, nos ha creado por amor. Y nos ha llamado a amar. Al crear al hombre y a la mujer los ha llamado en el Matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos.

La vocación cristiana. El seguir a Cristo, que comenzó en el Bautismo, es un camino de felicidad, paz y alegría que culminará con la plenitud en el Cielo. Las dificultades ordinarias, la cruz de cada día, nos unen a la Cruz del Señor y no nos hacen perder la alegría: se convierten en un tesoro.

El sacramento del matrimonio resella vuestro amor. Os confiere un título para recibir del Señor, la luz, la gracia, la fortaleza para que vuestro amor se acreciente cada vez más hasta llegar a su plenitud en la otra vida. San Josemaría lo indica de una manera muy gráfica. Dice al marido: "tu camino hacia el Cielo tiene un nombre, el de tu mujer" Y a la esposa: "tu camino al cielo tiene un nombre, el de tu marido".

Como expresa el Papa Francisco con claridad: "el amor es una relación, entonces es una realidad que crece, y podemos incluso decir, a modo de ejemplo, que se construye como una casa. Y la casa se construye juntos, no solos. Construir significa aquí favorecer y ayudar el crecimiento. Queridos novios, vosotros os estáis preparando para crecer juntos, construir esta casa, vivir juntos para siempre. 

No queráis fundarla en la arena de los sentimientos que van y vienen, sino en la roca del amor auténtico, el amor que viene de Dios. La familia nace de este proyecto de amor que quiere crecer como se construye una casa, que sea espacio de afecto, de ayuda, de esperanza, de apoyo. Como el amor de Dios es estable y para siempre, así también el amor que construye la familia queremos que sea estable y para siempre. Por favor, no debemos dejarnos vencer por la «cultura de lo provisional». Esta cultura que hoy nos invade a todos, esta cultura de lo provisional. ¡Esto no funciona!».

Ante las dificultades y dudas que se plantean en la sociedad actual la respuesta de Jesús  es ahora la misma que entonces: desde el principio de la humanidad el amor esponsal es así. Es decir, desde la Creación es así porque Dios lo he diseñado desde dentro para que funcione así. Por tanto,  la situación natural para el hombre y la mujer es el amor humano, la familia.

Esta anécdota os ayudará: Aunque bueno, era inexperto. Todavía no había cumplido cinco años de sacerdote cuando le pidieron que celebrara unas bodas de oro. Habían tenido cuatro hijos y ahora estaban felices con sus trece nietos. Para ellos, como no podía ser de otra manera, se trataba de una celebración muy especial. Quedó con ellos un sábado a las cinco, para prepararlo todo.

Acudieron puntuales. La parroquia estaba cerquita de casa. Vinieron paseando. Una escena que siempre llama la atención: cincuenta años juntos, más el tiempo del noviazgo, quizá ya antes fueran amigos... y aún siguen caminando dados de la mano.
  
Don Javier les atendió con mucho cariño. Estaba muy ilusionado con la celebración de dos personas que durante tantos años han permanecido fieles al amor. Sin embargo, como decíamos, era inexperto.

Mediada la conversación, el sacerdote les preguntó si aún se querían como el primer día. Pilar lo miró con ternura como imaginando que fuera su nieto mayor y le contestó llena de confianza: don Javier, ¡qué cosas tiene! ¿Cómo quiere que nos amemos igual que el primer día después de los hijos, las dificultades, los nietos, las enfermedades, discusiones, alegrías, proyectos? Si nos quisiéramos como entonces, seríamos muy tontos e infelices. ¡Nos queremos muchísimo más! Lo entiende, ¿verdad?

El matrimonio es mucho más que una solución legal para la soledad, para la descendencia del varón o para la protección de la mujer. Para los cristianos es el sacramento del amor, la escuela de la caridad, porque, como decía Pilar, día a día el afecto crece: a golpe de sufrimientos y alegrías compartidas, a fuerza de dificultades superadas.

El matrimonio es una vocación divina como ya os dije. Tan vocación –llamada personalísima de Dios– como la de un sacerdote, o una religiosa, o de quien permanece célibe por servir a Dios y a las almas.

«¡Cómo te reías, noblemente, cuando te aconsejé que pusieras tus años mozos bajo la protección de san Rafael!: para que te lleve a un matrimonio santo, como al joven Tobías, con una mujer buena y guapa y rica —te dije, bromista.
Y luego, ¡qué pensativo te quedaste!, cuando seguí aconsejándote que te pusieras también bajo el patrocinio de aquel apóstol adolescente, Juan: por si el Señor te pedía más» (San Josemaría)

También el camino de las personas casadas es exigente, de exclusividad. Hoy es más evidente que nunca la defensa que hace la Iglesia del matrimonio como un consorcio de un hombre y una mujer abierto a la vida y para toda la vida. Jesús no se dejó manipular por los preceptos legales de su tiempo: habló del matrimonio como amor auténtico, con todas sus consecuencias.

Nosotros queremos hacer exactamente lo mismo, y, aunque los hombres desconfíen de su amor y piensen que la fidelidad y la fecundidad son imposibles, seguiremos diciendo que el matrimonio es un camino de plenitud para los corazones de las mujeres y de los hombres. Es bueno que lo consideréis en vuestra oración. Sea para agradecer al Señor la familia en la que habéis crecido, sea para pedirle una fidelidad sin tacha en vuestra vida de amor.

Os digo lo que a mis alumnos de Xabec (colegio de formación profesional valenciano), cuando me expresan su incertidumbre para formar, en el futuro, un nuevo hogar: si vemos que tantos edificios familiares se vienen abajo habrá que esforzarse aún más por construir bien nuestro amor, nuestra familia y ayudar a los demás a  que hagan lo mismo. Esa es la clave del matrimonio: amar. Un amor sincero que se manifiesta en la entrega plena del uno al otro.

Recordad también el bellísimo canto al amor de la carta de San Pablo a los Corintios. El apóstol traza vigorosamente el camino esencial: el del amor auténtico. Un amor empapado de entrega que brota del corazón de una persona cuajada de valores humanos: “si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena …. El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume, ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca”

Nos dice Jesús en el evangelio: “¿Fuego he venido a traer a la tierra y qué quiero sino que arda?” Es el fuego del amor con el que Jesús llena los corazones de todos los que se acercan a Él. Es el fuego del amor de los esposos que se acercan a recibir la  gracia del matrimonio cristiano. Este sacramento concede claridad para entender el proyecto natural de Dios para todos los hombres y comprenderlo también como vocación cristiana: “Te seguiré Señor -dicen los esposos cristianos- desde mi familia, con mi familia”. El Señor bendice a los esposos y les concede  un cheque en blanco: la promesa de recibir toda la luz y la fortaleza de Dios (la gracia) para que el amor esponsal crezca de día en día y, como fruto de ese amor, se reciban generosa y responsablemente los hijos que Dios se digne conceder y también para que sean la luz del mundo que recuerde a los demás los valores familiares.

No olvidéis nunca esta responsabilidad apostólica. Al ascender a los Cielos, el Señor deja un puñado de discípulos. Un par de siglos más tarde, los cristianos inundan el imperio romano.

Es indudable la importancia de la predicación de los Apóstoles y sus sucesores. Pero una clave esencial para esa expansión apostólica fueron las familias cristianas.  Los paganos se admiraban al contemplar a los discípulos de Cristo: “mirad como se aman”. Las familias romanas -con graves problemas, semejantes a los actuales- recuperaron los valores familiares con el ejemplo y la palabra de los cristianos.

El Señor espera que, con vuestra oración, con vuestros deseos sinceros de amor y de fidelidad, con vuestra palabra y con vuestro ejemplo, ayudéis a propagar esa verdad esencial que Él vino a traer a la tierra,  sobre el amor humano y la familia, y que no cesa de recordar a través de su Iglesia.

Invoquemos a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra. Sobrada experiencia tenemos que Ella no nos deja nunca. En los momentos de dificultad, de tentación y de desaliento no nos abandona. Como en las bodas de Caná, Santa María no dejará nunca de ayudaros.   Con Ella, el agua de vuestra debilidad se convertirá en el amor y la fidelidad que tan fervientemente deseáis ahora. Que así sea.

Juan Ramón