La persecución de los cristianos

1. Jesús nos advierte de la persecución para que suframos menos. 2. La persecución silenciosa de este siglo. 3. La persecución durará hasta el final de nuestras vidas: grandeza de alma.

1. Quizá sea signo de mentalidad conservadora o tan solo un modo de ganar siempre y encontrar, al menos, un consuelo. Me refiero a la costumbre que tienen algunos de apostar siempre por la derrota de su equipo favorito. Componen el siguiente constructo en su imaginación: si mi equipo gana, estaré contento; si pierde, al menos ganaré la apuesta.
Existe una cierta tendencia humana a ponerse siempre en lo peor. Se ve en este ejemplo, y es igualmente real cuando se trata de hacer una maleta. Comienzas por lo fundamental, lo que vas a usar, y poco a poco el equipaje se va llenando de cosas superfluas, por esa maldita manía de ponerme en lo peor. Lo que era accesorio se convierte en esencial, por si acaso llueve, por si acaso me veo en una situación donde deba ir más elegante... y, así, a poquitos, el volumen del equipaje sobrepasa el límite de peso de la compañía más benévola y acaba por exigir la presencia de algún hermano fuerte y bien dispuesto que haga el favor de cerrarla con esfuerzo... y todo por un conjunto de prevenciones que la mayor parte de las veces nunca ser harán realidad.
Es natural que uno quiera estar preparado para todo, y especialmente para lo peor. Disponerse para las cosas malas es una reacción humana natural, porque prever lo difícil y lo doloroso hace que, cuando llega, cueste mucho menos. Sin embargo, hay un solo dolor que el corazón humano no puede soportar: la desesperanza. Dicho de otra manera, la falta de esperanza puede acabar con el hombre más cabal o con la mujer más perfecta, porque ella solita es capaz de matar al amor. ¿Cómo podremos, entonces, prevenirla?
Un buen método consiste en tener noticia de aquello que me hace –o me va a hacer– daño y saber cuánto va a durar. Piensa que las situaciones más dolorosas son las que llegan de improviso o bien aquellas que se prolongan indefinidamente en el tiempo: ambas acaban minando la esperanza, y entonces sí que se sufre de verdad.
Jesucristo quiere que, si un día nos persiguen por su nombre, no nos pille desprevenidos, para que nuestra esperanza permanezca incólume. Si un día te ningunean por ser un hijo de Dios, o un cristiano auténtico, o miembro de una familia numerosa, o por no querer cometer determinados pecados contra la fidelidad a tu esposa o a tu esposo (¡a tu Dios!)... entonces, cuando seas perseguido, recuerda las palabras de Cristo en el evangelio de hoy: «si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. (...) Recordad lo que os dije» (Jn 15, 18.20).

2. Era en un pueblecito de la italiana provincia del Lazio. Don Carlos había sido invitado a comer por una familia de campo: solo asistirían los padres porque los dos hijos, ya mayores, excusaron su presencia por diversas razones. Hablaron de todo un poco. Ya en el café, la señora comentó con sorpresa cómo su vecina esperaba el octavo hijo y exclamó jocosamente: «¡Esa mujer parece una incubadora!».
El comentario hirió los oídos del sacerdote más que una daga afilada y, sin mediar un segundo, replicó: Señora, yo soy el pequeño de dieciséis... y mi madre no es una incubadora; es una verdadera mujer, de pies a cabeza: mujer y madre.
La situación se había puesto tensa, con el consiguiente sonrojo de la buena campesina, que se descompuso en mil disculpas después de tan desafortunado comentario.
La persecución que sufrimos hoy –al menos en los países occidentales– no consiste en la búsqueda y captura con el fin de dar muerte a los cristianos. El evangelio que anuncia la persecución se cumple hoy en esa caza silenciosa de la crítica, de la mofa, de la burla, del sarcasmo.
Este acoso se concreta en la exclusión de cristianos de determinados puestos de trabajo (jueces, médicos, farmacéuticos, abogados); en el rechazo a la maternidad, en la mofa de la virginidad antes del matrimonio o de las relaciones sexuales limpias y abiertas a la vida, en la incomprensión a la vocación al celibato o a la vida consagrada... Es precisamente en estos campos donde en el siglo XXI se persigue a los cristianos.
Ante este panorama, ¿qué puedes hacer tú? Ofrece al Señor tanta incomprensión, que probablemente experimentes aun con personas muy queridas –¡incluso en tu familia, entre tus compañeros!–. Habla con Él de las situaciones que te han hecho sonrojar o de aquellas otras donde no fuiste capaz de responder auténticamente: te dio miedo. Dile que quieres ser suyo, que quieres dar testimonio, que quieres ser valiente, que quieres ponerte siempre de su parte porque, además, conoces la promesa del Maestro: «quien se pone de mi parte delante de los hombres también yo me pondré de su parte delante de mi Padre del cielo».

3. Jesús nos advierte del peligro futuro –la persecución– pero no nos dice si se prolongará o no durante mucho tiempo, si será larga o corta. No nos dice: estad preparados, porque la persecución será dura, poco a poco os quitarán cosas: primero la fama, luego los bienes (y antes de nada el teléfono móvil touch screen que te acabas de comprar), más tarde os separarán de vuestra familia y finalmente os quitarán la vida. Esta persecución durará treinta y dos meses y tres días, pero luego seréis liberados de tal o cual manera...
El Señor no nos ha dicho nada de eso. Sin embargo, nos ha dado alguna pista para que sepamos a qué atenernos: «No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15, 20); y a Jesucristo le persiguieron hasta el final de su vida, causándole la muerte. Por eso, podemos pensar que nuestra persecución –en esas cosas pequeñas o en otras mayores– durará hasta el final de nuestras vidas. Y así, aunque las dificultades no pasen, no debemos perder la esperanza: «No es el siervo más que su amo».
Grandeza de alma para saber soportar con alegría y amor las dificultades. Son estos tiempos de crisis, y en ellos demostremos al resto de los hombres –como decía san Ignacio de Antioquía– que el cristianismo no es obra de persuasión, sino de grandeza de alma. La magnanimidad (magna-anima) de quien no espera tener algún día una casa grande –con piscina y jardín– y un Jeep para ir a esquiar, sino que tiene la inmensa y firme esperanza de alcanzar el Amor Supremo, un Amor que no envejece ni se acostumbra a amar, una felicidad que no pasa, una alegría mayor que la de descender fluidamente por una pista alpina que nunca termina... Demostrémoslo brillando con nuestra paciencia y buen humor. Convenzamos a los demás con la palabra de nuestra caridad. ¿O de veras crees que ha existido alguien en la historia más feliz y más alegre que María?

Fulgencio Espá, Con El, 4 de mayo
EVANGELIO
San Juan 15, 18-21
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—«Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Y todo eso lo harán con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió».