III Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor. "Tus pecados te son perdonados"




MISIÓN PORTA FIDEI

III Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor. "Tus pecados te son perdonados"
Vamos a leer el pasaje del evangelio que se nos ofrece en esta catequesis:

                "Estaba Jesús un día enseñando. Y estaban sentados algunos fariseos y doctores de la Ley, que habían venido de todas las aldeas de Galilea, de Judea y de Jerusalén. Y la fuerza del Señor le impulsaba a curar. Cuando he aquí que unos hombres, que traían en una camilla a un paralítico, intentaban meterlo dentro y colocarlo delante de él. Y al no encontrar por dónde introducirlo a causa de la multitud, subieron al terrado, y por entre las tejas lo descolgaron con la camilla al medio, delante de Jesús. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados.
                Entonces los escribas y los fariseos empezaron a pensar: ¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? Pero conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: ¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: tus pecados te son perdonados, o decir: levántate, y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados dijo al paralítico, yo te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
                Y al instante se levantó en presencia de ellos, tomó la camilla en que yacía, y se fue a su casa glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: Hoy hemos visto cosas maravillosas.
"[1]

                Esta tercera catequesis nos introduce en uno de los principales misterios de nuestra fe: creemos en Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre. Entendemos la perplejidad y el rechazo de cierto sector de los fariseos. Al constatar la humanidad de Jesús les parecía blasfemia que se presentara como el Hijo de Dios. No acababan de atisbar la grandeza del misterio ante el que se encontraban. Es cierto que si Dios no nos hubiera revelado el misterio de la Encarnación, nunca hubiéramos  podido imaginar que Dios pudiera tomar nuestra naturaleza.

                Cierto que la criatura humana es imagen de Dios pero la distancia entre el Creador y sus criaturas es infinita. Nos encontramos frente al regalo más asombroso que la Trinidad ha hecho a la criatura humana: la Encarnación. Debemos contemplar el misterio y reflexionar sobre su relación con nosotros. La afirmación,  conmovida y emocionada de San Pablo deberíamos hacerla todos: "la vida que vivo ahora en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí". La certeza que nos da la fe de que Dios se encarnó singularmente por cada mujer y cada hombre de todos los tiempos.

                En una ocasión, un periodista se "inventó" un personaje ilustre. Durante varios días estuvo publicando en la prensa artículos sobre la vida y obra de aquel hombre importante, que injustamente, después de su muerte, se le había olvidado. Las autoridades de su ciudad natal decidieron hacerle un homenaje. Todos los que hablaron en el acto resaltaron las cualidades que adornaron su vida. La historia no pudo acabar peor: se descubrió que aquel personaje nunca existió, que todo era pura invención de un periodista.

     Algunas personas, hoy día, sin atreverse a negar la existencia histórica de Jesucristo, sí han dicho que eso de que Jesús hiciera milagros, que fuera Dios, que resucitara, fue un invento de los Apóstoles. Afortunadamente, conocemos bien la vida de Jesucristo. Nada de lo que enseña la Iglesia sobre Cristo es una invención. 

     Creemos en la identidad del Jesús histórico nacido en Belén y del Cristo de la fe predicado por los Apóstoles; del sentenciado a muerte injustamente por Poncio Pilato y del Juez que vendrá rodeado de majestad y gloria al final de los tiempos para juzgar vivos y muertos; del Crucificado entre malhechores y del Resucitado glorioso entre los muertos.

     ¿Quién es Cristo?, se preguntan muchos. A esta pregunta se han dado respuestas muy variadas, y algunas, bastantes desafortunadas.

     ¿Un desconocido? ¿Un hombre del pasado? ¿Un revolucionario? ¿Un pensador? ¿Un político? ¿Un fundador de otra nueva religión? ¿El Hijo de Dios y Dios mismo? ¿El Salvador del mundo? ¿Aquél sin el cual nada tendría sentido?

     ¿Un desconocido? No, porque conocemos su vida y sus enseñanzas.

     ¿Un hombre del pasado? Tampoco, porque Cristo vive. Es actual. Su mensaje está dirigido a todos los hombres de todas las épocas. Su palabra, por ser divina, es eterna. "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos" [2]

     No es un revolucionario, porque vino a predicar el amor fraterno, la caridad. Dio cumplimiento a la Ley. No utilizó medios violentos. Aceptó la situación política de su país: "Dad a Dios lo que es de Dios, y al César, lo que es del César"
    
     ¿Un pensador? No. ¿Un político? No, cuando quisieron hacerle rey, El rehusó.
      Fundó la Iglesia. No una nueva religión sin más, sino la única verdadera, la auténtica, la Religión Católica, que es la querida por Dios.

     Es el Hijo de Dios hecho hombre. Dios mismo. El Salvador del mundo. Aquél sin el cual no tendría sentido nada.

     ¿Qué ha dicho Jesucristo de sí mismo? Jesús dijo: Yo soy el Mesías; Yo soy Rey; Yo soy el camino, la Verdad y la Vida; Yo soy la luz del mundo; Yo soy la Resurrección y la Vida; Yo soy el pan de vida; nadie viene al Padre sino por Mí.

     Con su Encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia humana, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.

     Por tanto, la vida cristiana consiste en unirse a Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, vivir su misma vida, tratarle más cada día.[3]

     Contemplemos el misterio del Verbo encarnado en el Evangelio: se cansa  "Estaba allí el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo"[4]. Jesús, como nosotros, se fatiga realmente, necesita reponer fuerzas, siente hambre y sed; se compadece de los que andan como ovejas sin pastor; de los necesitados; llora por su amigo Lázaro.

          "Jesús es tu amigo.  El Amigo.  Con corazón de carne,      como el tuyo.  Con ojos, de mirar amabilísimo, que lloraron      por Lázaro...
           Y tanto como a Lázaro, te quiere a ti"[5]

     La contemplación de la Humanidad Santísima del Señor es el camino para avanzar en el amor a Dios, porque Cristo es la Encarnación de la infinita misericordia de Dios. El mensaje que ha traído Jesucristo a la humanidad está lleno de verdad y de esperanza.

     De una entrevista con un joven torero es el siguiente diálogo: "¿Qué te parece Cristo?  Me impresiona especialmente que haya nacido de una forma tan sencilla, en una cueva, que muriera y que resucitara por nosotros. ¿Qué es lo que más te gusta de su mensaje?  Su mensaje es el amor. Pero lo que más gusta es El mismo, su ejemplo, su hombría. Se dejó crucificar por nosotros para hacernos comprender su amor, para que creyésemos en El".

     La vida cristiana no consiste en seguir unos ideales intelectuales, más o menos atractivos: es unirse a Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, y vivir su misma vida. En definitiva, enamorarse de Jesucristo, en seguirle de cerca. Cristo es nuestro Modelo.[6]
         
     La santificación no tiene su centro en la lucha contra el pecado, no es algo negativo; ni consiste esencialmente en difíciles especulaciones o en enormes esfuerzos de la voluntad. La vida cristiana tiene su centro en Jesucristo, objeto de nuestra fe y amor. Se apoya en la confianza depositada en Jesucristo, que es hombre y nos comprende, que es nuestro amigo, que ha venido a salvar atrayendo, no a condenar.

          "Jesús es nuestro camino. Nos acompaña, como hizo con     los discípulos de Emaús. Nos muestra el sentido de nuestro     caminar. Nos reconduce cuando erramos el camino. Nos levanta      cuando caemos. Nos espera al final del camino, cuando llegue      el momento del reposo y del gozo" [7]

                El estribillo de la vida pública del Señor es muy conocido: El Reino de Dios está cercano: convertíos y creed en el Evangelio.

                La escena que contemplamos nos muestra la misericordia del Señor para el paralítico traído a su presencia. Además de la lastimosa condición física, visible a todos, Jesucristo contempla el corazón de aquel hombre y se conmueve ante la miseria que anida en su corazón.
                Viendo la fe de sus compañeros el Señor le insta a la confianza y le cura por completo en su corazón: Ten confianza, tus pecados son perdonados. Después le otorgará la sanación completa en su cuerpo y la presentará también como señal de su poder divino ante la incredulidad de los fariseos.

                El pecado, el mal moral es la enfermedad más grave. El Beato Juan Pablo II explicaba que el pecado es rememorar la escena del Edén: la rebeldía, la desobediencia  a Dios. Y  también, proseguía es Babel, vivir de espaldas a Dios, como si el Señor no existiera. Los Romanos Pontífices desde hace un siglo afirman que uno de los pecados más graves de la actualidad es la pérdida del sentido del pecado.

                Recordad el cuadro de Rembrandt, "el regreso del hijo pródigo". El lienzo del genial pintor holandés nos ayuda a recordar la hermosísima palabra de Jesús y a asombrarnos ante la misericordia infinita de nuestro Dios. El Padre sale al encuentro de hijo perdido, le abraza, le da mil besos, da órdenes de que le vistan con una túnica regia, organiza una gran fiesta. Le devuelve a su condición original... Todo eso lo realiza el Señor cada vez que nos acercamos al sacramento de la Penitencia.

                Es un buen momento esta catequesis para hacer buenos propósitos. Conocer mejor al Señor con el Evangelio y el catecismo de la Iglesia[8]. Acudir con frecuencia a la Confesión y a la dirección espiritual. Vivir la Eucaristía. Recibirle en la comunión sacramental. Reflejar su vida en la nuestra. Vivir la caridad con todos....

                Subrayo de modo especial lo primero: conocer a Cristo como amigo, como alguien que se preocupa de cada uno de nosotros. Jesucristo, Maestro, modelo, amigo y compañero, es el Hijo de Dios hecho hombre, Dios con nosotros. Dios vivo que, muerto en la cruz y resucitado, ha querido permanecer a nuestro lado para brindarnos el calor de su amistad divina, llenándonos de su gracia y haciéndonos semejantes a Él.

                Acudimos a Santa María para que nos ayude a encontrar a Jesús y a volver siempre a
Él.


[1] Lucas 5, 17-26
[2] Hebreos. 13, 8.
"El encuentro con Jesucristo les ayudaba a conocer el rostro de Dios. ¿Qué importante es llegar a entender que Jesús no es un gran profeta, ni una de las personalidades del mundo muy importantes, sino que es el rostro de Dios, que es Dios hecho carne? Acogidos por el Señor y escuchando sus palabras, nos sana, nos hace ver que Dios no es una sombra lejana, sino que tiene rostro, es el rostro de la misericordia, del perdón y del amor. ¡Qué maravilla comprobar cómo Dios se hace hombre y se convierte realmente en uno de nosotros, se convierte en Dios con nosotros! ¡Qué necesidad tenemos de contemplar a Jesucristo y descubrir en su persona cómo Dios no se limita a mirarnos con benignidad desde el trono de su gloria, sino que se sumerge en la historia humana y se hace carne, se hace frágil y condicionado por el espacio y el tiempo! Carlos Osoro, Carta Pastoral sobre el año de la Fe, n. 4
[3] "En este momento mi recuerdo vuelve al 22 de octubre de 1978, cuando el Papa Juan Pablo II inició su ministerio aquí en la Plaza de San Pedro. Todavía, y continuamente, resuenan en mis oídos sus palabras de entonces: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!” El Papa hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa.
Además, el Papa hablaba a todos los hombres, sobre todo a los jóvenes. ¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo – si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a él –, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos privados de la libertad? Y todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada – absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera.
Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida" Benedicto XVI, Homilía 24.4.2005
[4] Juan  5, 6
[5] San Josemaría, Camino, n. 422.
[6] "Jesús, Señor y Modelo nuestro, creciendo y viviendo      como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana        la tuya , las ocupaciones corrientes y ordinarias, tienen      un sentido divino, de eternidad" (San Josemaría, Forja, n. 688).
[7] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, n. 10
[8] Jesucristo CEC nn. 456-679