II "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y la tierra" Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo




MISIÓN PORTA FIDEI

II "Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y la tierra" Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo
                En esta segunda catequesis se trata de presentar el contenido del primer artículo de la fe cristiana: "Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra.

                "En este Año de la fe -nos dice el Papa- quisiera comenzar hoy a reflexionar con vosotros sobre el Credo, es decir, sobre la solemne profesión de fe que acompaña nuestra vida de creyentes. El Credo comienza así: "Creo en Dios". Es una afirmación fundamental, aparentemente sencilla en su esencialidad, pero que abre al mundo infinito de la relación con el Señor y con su misterio. Creer en Dios implica adhesión a Él, acogida de su Palabra y obediencia gozosa a su revelación. Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, "la fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela" (n. 166). Poder decir que creo en Dios es, por lo tanto, a la vez un don –Dios se revela, viene a nuestro encuentro– y un compromiso, es gracia divina y responsabilidad humana, en una experiencia de diálogo con Dios que, por amor, "habla a los hombres como amigos" (Dei verbum, 2), nos habla a fin de que, en la fe y con la fe, podamos entrar en comunión con Él."[1]

                Leemos en el catecismo de la Iglesia: "Nuestra profesión de fe comienza por Dios, porque Dios es "el Primero y el Ultimo" (Is 44, 6), el Principio y el Fin de todo. El Credo comienza por Dios Padre, porque el Padre es la Primera Persona Divina de la Santísima Trinidad; nuestro Símbolo se inicia con la creación del Cielo y de la tierra, ya que la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios."[2]

La catequesis de hoy tiene como referencia un himno de alabanza de Jesús que recoge San Mateo en su evangelio:
                "En aquel tiempo exclamó Jesús diciendo: Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues así fue tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo. Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera."[3]
                De
todos los temas que nos sugiere esta verdad de fe detengámonos en la creación del hombre. Al referirse a ella el Génesis nos dice que el sexto día creó Dios al hombre, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó. De esa forma la Sagrada Escritura pone de manifiesto el acento particular que el Creador puso en el acto creador del género humano. El hombre es la única criatura a la que Dios ha amado por sí misma. [4]

                La mujer y el hombre dejaron morir en su corazón la confianza en el Creador y cayeron en el pecado original. Como consecuencia perdieron la vida divina. [5]

                Pero el Creador no abandonó al hombre. Aún no se había apagado el eco del pecado original cuando les promete la salvación. [6]

                Una experiencia humana universal es que la intimidad del corazón solo se comunica, se comparte con los amigos. Con las personas a las que se ama. En las que se confía. Basta que cada uno recuerde su experiencia personal con sus familiares y amigos.

                En ese himno que acabamos de escuchar Jesucristo abre su corazón y nos manifiesta la relación entrañable con su Padre.

                De todos los misterios sobrenaturales que el Señor nos entrega el de la Trinidad es el más profundo e inaccesible. Vamos a ver en esta catequesis cómo Jesucristo nos sólo nos desvela la vida íntima divina sino que además nos invita a participar en ella. A recuperar la dignidad perdida de hijos de Dios. Como nos recuerda San Juan en el prólogo de  su evangelio, "a los que le recibieron les dio poder de ser hijos de Dios"[7]

                No es el momento de hacer una catequesis trinitaria pero sí de recordar que en Dios hay tres Personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. No son tres dioses sino uno sólo. Dios es Amor infinito.  Os reproduzco en la cita las palabras del Catecismo de la Iglesia.[8]

                Nuestra vocación cristiana hunde sus raíces en el bautismo. El Espíritu Santo descendió sobre nuestros corazones y nos concedió la vida divina de hijos de Dios. Somos hijos de Dios, en el Hijo, por el Espíritu Santo. Dios nos ha hecho hijos suyos.

                En la vida humana hay ejemplos memorables de adopción. Uno de los más extraordinarios ocurrió en tiempos del emperador romano Nerva. "El 18 de septiembre del año 96, el emperador Domiciano fue asesinado víctima de una conspiración palaciega en la que se vieron implicados varios miembros de la Guardia Pretoriana y varios libertos. Al día siguiente el Senado le nombró emperador; como nuevo monarca juró restaurar los derechos que habían sido abolidos o simplemente dejados de lado durante el reinado de Domiciano. Sin embargo, su administración estuvo marcada por problemas financieros y por su falta de habilidad a la hora de tratar con las tropas. Una rebelión de la Guardia Pretoriana en el año 97 casi lo forzó a adoptar al popular Marco Ulpio Trajano como su heredero y sucesor. Tras lo que aproximadamente fueron 18 meses de reinado, Nerva murió de muerte natural el 27 de enero de 98. A su muerte fue sucedido por su hijo adoptivo, Trajano."[9]

                Nerva hizo de su hijo un nuevo emperador romano. Pero no pudo darle su sangre porque la adopción humana no llega a tanto. Al recibir el bautismo los cristianos nacemos a la vida divina de hijos de Dios. Como decía una joven catequista a sus niños de primera comunión para explicarlo con claridad: "Por las venas del alma del cristiano circula la sangre de Dios". El alma no tiene venas, pero la comparación es muy gráfica.

                San Pablo lo explica a los cristianos de Éfeso en el inicio de su carta: "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,  que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en El nos eligió antes de la  constitución del mundo para que fuésemos santos e  inmaculados ante El en caridad, y nos predestinó a la  adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad".

                El asombro debe acompañarnos siempre cuando consideremos la realidad de nuestra filiación divina: "¿Contento?" –Me dejó pensativo la pregunta.–No se han inventado todavía las palabras, para expresar todo lo que se siente –en el corazón y en la voluntad– al saberse hijo de Dios."[10]

                En la filiación divina radica la grandeza de la dignidad humana. Juan Pablo II solía repetir solo Jesucristo revela la verdad plena sobre el hombre: ser hijo de Dios. Tenemos por tanto la vida divina de hijos de Dios y estamos llamados a llevarla a su plenitud. La vocación cristiana, es seguir a Jesucristo para llevar a la plenitud la vida de hijos de Dios. Quien cree en Mí dice Jesús, tiene vida eterna.

                La conciencia de esta filiación nos llena de alegría y de confianza. Dios es Padre, infinitamente Padre. Dios sólo sabe contar hasta uno. Recordáis el requiebro de la Sagrada Escritura: "¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido."[11]

                "-¡Dios es mi Padre! -Si lo meditas, no saldrás de esta consoladora consideración.
-¡Jesús es mi Amigo entrañable! (otro Mediterráneo), que me quiere con toda la divina locura de su Corazón.
-¡El Espíritu Santo es mi Consolador!, que me guía en el andar de todo mi camino.
Piénsalo bien. -Tú eres de Dios..., y Dios es tuyo.[12]

                La oración confiada de Jesús. El padrenuestro que nos confía. Sus recomendaciones constantes a la confianza filial y al abandono en las manos de nuestro Padre deben impulsarnos a cuidar más la oración personal y la búsqueda de la presencia de Dios en nuestras tareas ordinarias.
                Esta anécdota nos puede ayudar. Una profesora se da cuenta de que una de sus alumnas está un poco dormida en clase.
                Más tarde, en el descanso, le pregunta qué le pasa ese día. La niña responde que no ha dormido en toda la noche y le explica la razón.
                La noche anterior su padre estaba haciendo un arreglo en la casa. Su hija se acercó a pedirle que le explicara unos problemas que no entendía. Al momento, suspendió el trabajo y atendió con paciencia a la niña. La tarea no era fácil pero el padre acabó resolviendo todas sus dudas.
                Al darle las buenas noches y despedirse, la hija, agradecida, le preguntó por qué había suspendido enseguida su trabajo. Su padre le respondió: Hija mía, tu siempre eres para mí lo primero.
Esta contestación le impresionó tanto, que se acostó, conmovida por el cariño de su padre, y no se pudo dormir de contenta que estaba.

                La filiación divina. El vivir como hijos de Dios tiene su raíz en la oración, los sacramentos y la presencia de Dios: sentirnos bajo la mirada amorosa de nuestro Padre Dios en cualquier circunstancia de nuestra vida.

                Es natural el uso de industrias humanas, recuerdos, fotografías, sms, etc. para recordar, para tener presentes a quienes amamos.  Hagamos así con Dios. Jesucristo nos enseña que estamos siempre bajo la mirada amorosa de nuestro Padre Dios. Aprendamos de Él a referirnos con frecuencia  a nuestro Dios como Él lo hace en el himno de alabanza del principio.

Tres sugerencias:
- recitemos a diario el Padrenuestro y con frecuencia el Credo. Al decir, hágase tu voluntad, pensemos que la voluntad amabilísima de nuestro Padre Dios quiere lo mejor para nosotros.
- concretemos alguna industria humana para tener más presencia de Dios durante el dia
- Contemplemos las contrariedades ordinarias, las pruebas de la vida, el dolor y la cruz en cualquiera de sus manifestaciones a la luz de la gran enseñanza de San Pablo: "Para los que aman a Dios todo es para bien". Todo lo que nos ocurre es querido por Dios o permitido por Dios para nuestro bien.
- Enseñemos a los demás a saber y a vivir como hijos de Dios.
                Recordemos otra anécdota. Ramón García de Haro, profesor de Teología Moral en Roma, refiere en Amor y sexualidad que un día durante una cena con Juan Pablo II, en la que participaban otras personas -celebraban el primer acto académico del Instituto de Estudios sobre el matrimonio y la familia-, oyó, en un momento de silencio, que el Papa decía en voz baja, hablando consigo mismo o quizá hablando con Dios: "La tragedia del hombre actual es que se ha olvidado de quién es" (l'uomo non sa più chi è). Esta es la gran tragedia: perder de vista la condición de persona, de ser hecho a imagen y semejanza de un Dios personal, y el haber sido llamado a ser hijo de Dios, imagen del Hijo, imagen de quien es "imagen del Dios invisible" (Col 1,15); es olvidar la propia dignidad. Remediemos esta tragedia en tantas y tantos con la verdad que hemos considerado hoy[13]
                Acudimos a Santa María. Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo. Nadie como Ella conoció y vivió la filiación divina. Estos textos del Papa nos pueden ayudar en nuestras reflexiones[14]



[1] Benedicto XVI, catequesis 26.I.2013
[2] CEC n. 198
[3] Mateo 11, 25-30
[4] De todas las criaturas visibles sólo el hombre es "capaz de conocer y amar a su Creador" (GS 12, 3); es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (GS 24, 3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad:
¿Qué cosa, o quién, te ruego, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella. Por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno (S. Catalina de Siena, Diálogo 4, 13). CEC 356
El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva creación en Cristo. CEC 374
La Iglesia, interpretando de manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres Adán y Eva fueron constituidos en un estado "de sant idad y de justicia original" (Cc. de Trento: DS 1511). Esta gracia de la santidad original era una "participación de la vida divina" (LG 2). CEC 375

[5] Dios creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura espiritual, el hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre sumisión a Dios. Esto es lo que expresa la prohibición hecha al hombre de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, "porque el día que comieres de él, morirás" (Gn 2, 17). "El árbol del conocimiento del bien y del mal" evoca simbólicamente el límite infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer libremente y respetar con confianza. El hombre depende del Creador, está sometido a las leyes de la Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad. 396 CEC
La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (cf. Gn 3, 7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf. Gn 3, 11  - 13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gn 3, 16). La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gn 3, 17. 19). A causa del hombre, la creación es sometida "a la servidumbre de la corrupción" (Rm 8, 21). Por fin, la consecuencia explícitamente anunciada para el caso de desobediencia (cf. Gn 2, 17), se realizará: el hombre "volverá al polvo del que fue formado" (Gn 3, 19). La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cf. Rm 5, 12). CEC 400
[6] Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama (cf. Gn 3, 9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída (cf. Gn 3, 15). Este pasaje del Génesis ha sido llamado "Protoevangelio", por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta. CEC 410
 La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán" (cf. 1Co 15, 21  - 22. 45) que, por su "obediencia hasta la muerte en la Cruz" (Flp 2, 8) repara con sobreabundancia la descendencia de Adán (cf. Rm 5, 19  - 20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el "protoevangelio" la madre de Cristo, María, como "nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: DS 2803) y, durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Cc. de Trento: DS 1573). CEC 411
[7] Juan 1, 12
[8] "La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Cc. Constantinopla II, año 553: DS 421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Cc. de Letrán IV, año 1215: DS 804).
                Las personas divinas son realmente distintas entre si. "Dios es único pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Cc. Letrán IV, año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina. Las personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de las personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o substancia" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "todo es uno (en ellos) donde no existe oposición de relación" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Cc. de Florencia 1442: DS 1331) CEC 253-255
[9] Nerva, wikipedia
[10] San Josemaría, Surco n. 61
[11] Isaías, 49,15
[12] San Josemaría, Forja, n. 2
[13] "No podemos mirar a los demás desde nuestra “idea”, porque surgirá en nosotros el deseo manifestado por los Apóstoles, “despide a la gente”. Los tenemos que mirar desde la realidad profunda que somos nosotros y son todos los demás, “imagen y semejanza de Dios”, hijos de Dios y hermanos nuestros. Así pasaremos del desentendimiento de los demás a la acogida y la comunión." Carlos Osoro, Carta Pastoral sobre el año de la Fe, n. 5"Debemos tener la valentía de recordar a quienes viven a nuestro lado, a nuestros contemporáneos, lo que es el hombre y la humanidad, queriendo solucionar desde nuestras propias fuerzas las situaciones que vive. El hombre es una criatura en la que Dios ha impreso su imagen, una criatura que es atraída al horizonte de su gracia y que por tanto es capaz de hacer el bien cuando deja entrar a Dios en su vida; pero también es una criatura muy frágil que está expuesta al mal." Carlos Osoro, Carta Pastoral sobre el año de la Fe, n.7
[14] "Entonces -nos dice el Papa-  la paternidad de Dios es amor infinito, ternura que se inclina hacia nosotros, hijos débiles, necesitados de todo. El Salmo 103, el gran canto de la misericordia divina, proclama: "Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que lo temen; porque Él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro" (vv. 13-14). Es precisamente nuestra pequeñez, nuestra débil naturaleza humana, nuestra fragilidad lo que se convierte en llamamiento a la misericordia del Señor para que manifieste su grandeza y ternura de Padre ayudándonos, perdonándonos y salvándonos.
Y Dios responde a nuestro llamamiento enviando a su Hijo, que muere y resucita por nosotros; entra en nuestra fragilidad y obra lo que el hombre, solo, jamás habría podido hacer: toma sobre Sí el pecado del mundo, como cordero inocente, y vuelve a abrirnos el camino hacia la comunión con Dios, nos hace verdaderos hijos de Dios. Es ahí, en el Misterio pascual, donde se revela con toda su luminosidad el rostro definitivo del Padre. Y es ahí, en la Cruz gloriosa, donde acontece la manifestación plena de la grandeza de Dios como "Padre todopoderoso"." Benedicto XVI, Catequesis 30.I. 2013